"La dificultad no debe ser un motivo para desistir sino un estímulo para continuar"

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Viaje insólito

VIAJE INSÓLITO. Jorge Muñoz Gallardo. Una historieta juvenil que también puede entretener a los adultos que no han perdido el don de soñar. 1. -¿Quién eres tú? -preguntó Ernestito mirando con atención al misterioso individuo. -Me llamo Lucifer, pero me dicen diablo, Satanás y algunos otros nombres, pero eso no tiene importancia. Ahora ven conmigo, te voy a mostrar la luna y algunas curiosidades. Caminaron charlando. Ernestito hacía una pregunta tras otra y el diablo respondía con solicitud y buen humor: -¿Es cierto que los norteamericanos llegaron aquí? -Hay quienes afirman que los gringos nunca han llegado a la Luna, dicen que fue un montaje realizado en el desierto de Arizona para demostrarle a los rusos que ellos los aventajaban en la carrera espacial. Otros sostienen con entusiasmo la llegada de los astronautas a suelo lunar. La verdad que esa es una discusión entre humanos y no me interesa meterme en polémicas ajenas. Pero, poco antes de ese tiempo ocurrió algo muy curioso, un abogado chileno inscribió la Luna a su nombre en el Conservador de Bienes Raíces de su país y se proclamó dueño de la Luna ¿qué te parece? -¡Qué bueno! ¡La Luna es chilena! -Espera un poco, -dijo el diablo, -ese abogado murió y que yo sepa, en su testamento no le heredó la Luna a nadie. Avanzaron entre dunas, páramos pedregosos y montes desnudos y redondos como esferas de arcilla cocida hasta que se detuvieron ante una caverna abierta en la roca. En la entrada estaba sentado un viejo barrigudo, de piernas flacas, cara larga y nariz prominente que exhibía una frondosa barba que le caía sobre el pecho. -Ese es el arcángel Gabriel, -comentó el diablo antes de llegar junto al viejo, -no tiene sentido del humor así que pórtate con seriedad y cortesía en su presencia. Cuando llegaron al lado del viejo el diablo le habló: -Hola Gabriel, ¿cómo estás? Te voy a presentar a Ernestito, viene de la Tierra y desea conocer la luna. El viejo miró a Ernestito sin dirigirle la palabra y volviéndose al diablo, dijo: -Buenas tardes Lucifer, yo me encuentro bien aunque me salió una verruga en el codo izquierdo y estoy con una gastritis que me agarré en casa de Noé, parece que el vino que sirvió era demasiado joven y me provocó diarrea y acidez. Y continuó hablando de sus achaques durante un lapso que a Ernestito le pareció eterno, por suerte el diablo lo interrumpió diciendo: -Lo siento mucho Gabriel, bueno ya te vas a recuperar, no es la primera vez que te pasa, ahora nosotros debemos marcharnos puesto que este amiguito vino a conocer y yo soy el encargado de servirle de guía turístico. -Está bien, -repuso el viejo y agregó: -se me olvidaba contarle que se me rompió una de mis alas y la mandé a reparar al taller de Dédalo, creo que la otra semana me la tendrá lista, -y siguió hablando de su ala rota sin mirar a Ernestito y pese a que ya se habían alejado. Al llegar a un sitio donde había una gran piedra plana se acomodaron a descansar y Ernestito preguntó: -Oye Lucifer, ¿es cierto que el arcángel Gabriel rompió una de sus alas? -Claro que sí, está excedido de peso y cada vez que intenta volar sólo consigue elevarse un par de metros y cae al suelo destrozando las alas. Pero Dédalo es un genio, siempre se las repara. -¿Y el viejo ángel vive aquí en la Luna? -No siempre, pasa algunas temporadas aquí, pero cuando recupera su salud viaja por los planetas del sistema solar, yo hago lo mismo. -¿En serio? -preguntó Ernestito muy interesado, -me gustaría visitar Júpiter, podemos ir en mi nave. -Por supuesto, y no te preocupes de tu nave, los ángeles viajamos sin ocupar bencina ni vehículos. -¿Pero tú no eres Lucifer? -Claro que sí, soy Lucifer, pero también soy un ángel, expulsado de la corte celestial, es cierto, sin embargo mantengo mi categoría angélica. Ahora no le des más vueltas al asunto y vamos a Júpiter. 2. Ernestito sintió un viento cálido que lo envolvía, los oídos se le taparon y sin saber por qué cerró los ojos. Cuando los abrió se halló en un paisaje completamente distinto al que había visto en la luna. Grandes colinas verdes, montes anaranjados y árboles de variados colores donde cantaban los pájaros con trinos desconocidos para él. El diablo sonreía a su lado y le dijo: -Bienvenido a Júpiter amiguito. -¿Y tan rápido llegamos? -Sí, hemos viajado aprovechando las fuerzas de atracción y repulsión que mantienen el equilibrio entre los planetas, es decir, a velocidad de ángel, -respondió el diablo riendo. Después de un momento caminaron por una pradera ondulante donde había unos cerdos blancos, grises y negros que no se preocupaban por la presencia de los dos extraños y continuaban su actividad sin inquietarse. Algunos trotaban en círculos, otros jugaban saltando unos sobre otros. Entre los cerdos se veían unas gallinas rojas de moño blanco que se dedicaban a picotear las colas de los puercos sin que ellos se molestaran. -¡Qué chanchitos más juguetones! -dijo Ernestito lleno de admiración. -Son muy bonitos, pero no se les puede domesticar ni tocar, -explicó el diablo. -¿Por qué? -Si alguien intenta acercarse mucho a uno de ellos toda la manada se reúne y atacan al intruso y no se detienen hasta despedazarlo. Ernestito, que ya había pensado aproximarse a uno para acariciarlo desistió de su idea. En ese instante se oyeron unos golpes que venían de un monte cercano. -¿Qué es eso? -Creo que puede ser el viejo Vulcano, el herrero de los dioses olímpicos que está trabajando en su fragua, -respondió el diablo y agregó: ven vamos a verlo. Subieron por la ladera del monte que no era muy elevado. Casi al llegar a la cima Ernestito descubrió a un hombre bajo, grueso, de pelo y barba negros y erizados como las púas de un puerco espín. Con un martillo de hierro daba fuertes golpes sobre una lámina de metal puesta sobre una piedra rectangular cubierta por una capa de barro y una estera vegetal. -Claro, es Vulcano, seguramente está fabricando una espada para alguno de los semidioses, -dijo el diablo, -es mejor que lo dejemos tranquilo, cuando está trabajando no le gusta que lo interrumpan. Continuaron por el monte y descendieron por un estrecho sendero hasta llegar a un prado rodeado de árboles en cuyas ramas parloteaban decenas de papagayos. -Estos pajarracos son insolentes y deslenguados, no los mires cuando pasemos junto a los árboles porque te van a soltar alguna impertinencia. Ernestito no pudo contenerse y pese a la recomendación del diablo miró a un papagayo verde con la pechuga amarilla y la cola azul, posado en una rama baja. -¡Qué mirai cara de mono! -le gritó el pájaro con tono burlón. Ernestito se puso rojo de ira y agachó la cabeza. -No le hagas caso, -le aconsejó el diablo. Cuando dejaron atrás los árboles salieron a una planicie verde y fragante en el centro de la cual había un grupo de ángeles con túnicas blancas, los cabellos rubios y largos que le llegaban a la cintura, tenían los brazos alzados y cantaban con voces muy melodiosas. Ernestito se quedó mudo de asombro, las canciones eran muy dulces y contagiosas, pero, recordando la experiencia del papagayo se quedó inmóvil y silencioso, observando con atención. De pronto una enorme sombra que se proyectó en el suelo hizo que Ernestito levantara la mirada: un pájaro gigantesco cruzó el cielo dejando caer una lluvia de excremento verde sobre el coro de ángeles que se dispersó gritando, dominado por el espanto. -¿Qué fue eso? -Es un cóndor gigante de los montes, el ave más grande que existe, -contestó el diablo sin dejar de reír puesto que la escena le había provocado mucha hilaridad. -Aquí ocurren cosas muy extrañas, -dijo Ernestito mientras buscaba con la mirada a los ángeles que habían desaparecido, -¿y el arcángel Gabriel qué hace cuando visita Júpiter? -Bueno, él trata de poner orden en el concierto de las cosas y yo se las desordeno un poco, de lo contrario todo sería muy aburrido. 3. Después de mucho caminar se sentaron a la sombra de un manzano de cuyas ramas colgaban unas manzanas redondas y fragantes. El diablo cogió dos y dando una a Ernestito mordió la suya. El chico lo imitó y una vez que la probó dijo: -¡Son deliciosas! -Claro que sí, estamos en el jardín de las Hespérides, todo lo que ellas cultivan es riquísimo, -repuso el diablo. En ese momento pasó ante ellos corriendo un hombre alto y fornido que más que un hombre parecía un ser labrado en bronce, llevaba una capa que proyectaba una larga sombra tras él. -¿Quién es ese que pasó corriendo? -preguntó Ernestito sin dejar de mirar al sujeto que se perdía entre los árboles. -Es Hércules, uno de los mayores héroes que han existido. -¿Héroe? -repitió Ernestito muy asombrado. -Sí, él es quién realizó los doce trabajos que le encomendó su primo Euristeo. -¿Los trabajos? -Bueno, en realidad eran pruebas muy peligrosas, en cada una Hércules arriesgaba la vida porque su primo Euristeo deseaba eliminarlo, -contestó el diablo. -¿Y por qué deseaba eliminarlo? -Euristeo envidiaba la fuerza y valentía de su primo, por eso preparó esos trabajos que consistían en enfrentar a bestias feroces, monstruos y otras situaciones peligrosas. En alguna de esas pruebas Hércules debía perecer, sin embargo no fue así. -Me gustaría saber cómo fueron esas pruebas, -dijo Ernestito. -Te lo voy a contar, -dijo el diablo acomodando la espalda en el tronco del manzano, -pone atención. Y empezó a relatar los episodios en que Hércules ponía a prueba su valor y capacidad. Tragó saliva antes de continuar hablando, pero no pudo hacerlo, un ruido estrepitoso de ramas quebradas, frutos caídos, un golpe en su vientre, lo obligaron a lanzar un grito: -¡Hay, mi estómago! Ernestito se incorporó de un salto y mirando a su alrededor descubrió al arcángel Gabriel gateando en cuatro patas en el pasto. -¡Gabriel! ¿Qué haces aquí? -dijo el diablo. -Vea usted Lucifer, -repuso el arcángel, -venía volando a gran altura y me quedé dormido, desperté cuando choqué con el manzano, afortunadamente las ramas y las hojas me ayudaron a amortiguar el golpe. -Sí, y mi vientre también, -dijo el diablo, enseguida preguntó: -¿no tenías un ala en el taller de Dédalo? -Sí, pero la reparó antes de lo previsto, me la llevó esta mañana, -contestó el arcángel Gabriel que se había sentado en el pasto y se sobaba las rodillas con ambas manos. -¿Y en qué andas por acá amigo mío? -Iba a la Tierra a ver a un rabino que está teniendo problemas con sus parroquianos porque lo acusan de no seguir fielmente las escrituras, pero equivoqué el rumbo y me vine a Júpiter. -Los hombres no pueden estar mucho tiempo en paz, parece que necesitan el conflicto, -repuso el diablo dejando escapar una risita de satisfacción. Ernestito los escuchaba con malestar, el viejo arcángel había interrumpido las interesantes historias de Hércules y sólo deseaba que el intruso siguiera su camino y los dejara tranquilos, pero se quedó con la boca abierta cuando escuchó al arcángel decir: -Bueno, ya estoy aquí, me quedo con ustedes, total el rabino puede esperar. Y la sorpresa del niño fue mayúscula cuando vio al anciano arcángel sacar una barra de chocolate de un bolsillo de la túnica y empezar a comerlo sin ofrecerles a ellos, tenía dos dientes en la parte superior, parecía un conejo mordiendo una zanahoria. El diablo lo miraba con una amplia sonrisa y a ratos le hacía un guiño con el ojo derecho a Ernestito. 4. Lucifer se sacudió las hojas de manzano que le cubrían el pecho y el vientre y dirigiéndose al arcángel, dijo: -Oye Gabriel, le estaba contando las aventuras de Hércules a Ernestito cuando nos caíste encima, pero tú eres un excelente cuentista, ya que nos interrumpiste de manera tan violenta podrías reparar el susto que nos diste relatando alguna de tus historias lunares. El arcángel miró al diablo, luego a Ernestito, después guardó el chocolate en el bolsillo, se acomodó en posición de loto y repuso: -Está bien, pero no quiero ninguna pregunta ni aclaración durante mi relato. -De acuerdo, -contestó el diablo dando un golpecito en el hombro de Ernestito que hizo un gesto de asentimiento con la cabeza. El arcángel Gabriel comenzó a hablar con una voz que parecía salir de su vientre y el chico se dispuso a escuchar sin ningún interés: -Isabel tenía seis años, su hermano Jorge contaba veintidós, de modo que Isabel no jugaba con su hermano que la miraba como la niñita de la casa. Esto significaba que Isabel se criaba como si fuera hija única. Por eso mismo, había ocasiones en que la niña se sentía muy sola y aburrida, pero no les decía nada a sus padres para no crear problemas. Una noche de enero en que Isabel no podía dormir por el calor, se asomó a la ventana, que daba al patio, y se quedó mirando el limonero, que era su árbol favorito, sobre todo desde que un zorzal hizo el nido entre sus ramas. Y en eso estaba, mirando el limonero, que en la clara noche de verano parecía más bello que nunca, cuando distinguió, en el fondo del patio, una mancha de suave luz que avanzaba hacia ella sin hacer el menor ruido. Asombrada, pero sin temor, Isabel observó la mancha luminosa que poco a poco fue cobrando forma hasta ser una niña de unos trece años, enteramente blanca, el rostro, el pelo y su vestido largo y vaporoso, todo blanco. Los rasgos de su cara eran finos como una estatuilla de porcelana y sus movimientos suaves y graciosos como los de un pez danzando en el agua. -Hola, -dijo la desconocida, -soy la hija de la luna, te vi asomada en la ventana, y me parece que te sientes sola, ¿quieres venir conmigo? Isabel no supo que contestar, sin embargo, reponiéndose pronto de la sorpresa, sonrió y dijo: -¿Quién eres? La niña luminosa contestó: -Ya te lo dije, soy la hija de la luna, te invito a mi casa a jugar. -Está bien, -repuso Isabel, y sin pensarlo más saltó hacia el patio y se acercó resueltamente a la misteriosa amiga que acababa de conocer. La hija de la luna la cogió de la mano, se acomodó en un rayo plateado que descendía del cielo, y sentando a Isabel en sus rodillas se deslizó hacia lo alto como si estuvieran en un ascensor de plata y espuma. Cuando llegaron a la Luna, la misteriosa joven caminó llevando de la mano a Isabel que lo contemplaba todo con los ojos muy abiertos. Lo que más la atraía era un castillo blanco y brillante que se erguía a la distancia. -Ese castillo es mi casa, -comentó la hija de la luna, indicando con el índice de la mano izquierda. -¡Es precioso!, -dijo Isabel con entusiasmo. -Ahí vamos a jugar, creo que te va a gustar mucho. -Claro que sí, -replicó Isabel que estaba maravillada. El viejo arcángel hizo una pausa para darle otro mordisco al chocolate y continuó hablando con la boca llena: A medida que se aproximaban, Isabel podía admirar la estructura del castillo, cuatro torrecillas altas y delgadas en cuya corona almenada ondeaban banderas blancas y celestes, en la primera planta las ventanas con marcos tallados con flores, las numerosas escaleras de barandillas de plata sostenidas por balaustres en forma de caballitos de mar tallados con hermosos bordes y curvas, círculos y líneas, realizados con mano maestra. La hija de la Luna avanzó hacia una de las escaleras que conducía a una ancha puerta con cristales de colores que cambiaban de tono, pasando del naranjo pálido al verde y luego al tornasol. Al pie de la escala había dos enanos blancos, redondos y barbudos que se inclinaron reverentes. La misteriosa joven, que era la dama de aquel castillo, presentó a su amiga a los enanos que le regalaron unos caramelos que olían a hojas de menta. En la puerta había otro enano, éste era flaco, pelado, tenía las rodillas deformes y una barba amarillenta, y su piel presentaba el aspecto de un queso. Cuando las dos niñas pasaron a su lado no se movió, y ni siquiera parpadeó. -No te preocupes, -dijo la hija de la luna, ese es Thorty, tiene mal carácter, no le gusta hablar, pero es un excelente portero. Mi madre lo quiere más que a ninguno. Enseguida estuvieron en un amplio salón, con grandes ventanales, alfombras de variados colores y formas cubrían el suelo, en el centro del salón había un gran círculo de material blanco, que podría ser marfil o espuma de mar sólida, en su interior había almohadones y juguetes de cristal. En ese círculo se instalaron las dos niñas, y la hija de la luna invitó a Isabel a jugar con los numerosos animales y flores de cristal que brillaban entre los almohadones. Lo que más le gustó a Isabel fue una caracola de cristal azul, al colocarla junto a su oreja oía el rumor de las olas, el canto de las sirenas, el chillido de las aves marinas y la voz del viento. -¡Esta caracola es mágica!, -exclamó Isabel emocionada. -Me la regaló el espíritu del mar para mi cumpleaños, -explicó la hija de la luna sonriendo. -Me gustaría recibir un regalo así, mis tíos siempre me regalan chocolates y muñecas, -dijo Isabel con voz un tanto desconsolada. Después la jovencita luminosa le mostró otros juegos y la llevó a pasear en un asteroide, y visitaron otras lunas y cuerpos celestes cercanos. Una orquesta integrada por quince duendes flacos y narigones, tocó canciones y melodías que Isabel jamás había escuchado. El pastelero del castillo, un enano obeso que cantaba y bailaba mientras hacía su trabajo, preparó una torta de doce pisos y doce colores distintos, cada piso de la torta tenía un sabor diferente; Isabel sólo fue capaz de probar una cucharadita de cada piso, y se quedó dormida cuando probó la crema del último piso. Cuando abrió los ojos permaneció varios minutos mirando a su alrededor como si no supiera donde estaba, luego reconoció su habitación, la ventana continuaba abierta, la noche era clara y tibia, una luna llena brillaba en lo alto. Isabel se revolvió en la cama, sacó los brazos y se sentó girando la cabeza como si buscara algo. Luego se acomodó otra vez entre las sábanas, entonces sintió que sus dedos tocaban una cosa, la cogió y mirándola con atención descubrió una caracola de cristal azul. -¡Qué lindo relato! -gritó Ernestito, sin embargo Gabriel no lo oyó porque se había quedado dormido con el mentón apoyado en el pecho. Entonces el chico le preguntó al diablo: -Oye Lucifer, ¿de verdad existe la hija de la luna y ese castillo? -Claro que sí. -¿Y yo puedo conocerlo? -Por supuesto, pero eso lo haremos cuando volvamos a la Luna. -¿Puedo pedirle otro cuento al viejo? -Ahora no porque se quedó dormido y puede dormir una semana entera así que prepárate para seguir nuestro recorrido, hay muchísimo que ver todavía, -replicó el diablo poniéndose en pie. 5. Anduvieron sin rumbo durante un par de horas hasta que ambos se quedaron inmóviles, con la boca abierta, mirando una inmensa sandía. Era del tamaño de dos elefantes, su cáscara verde brillaba bajo el sol y Ernestito sintió que era presa de un sueño. Cuando se recuperó del asombro que lo paralizaba, preguntó: -¿Es verdadero lo que estoy viendo, Lucifer? -Totalmente verdadero amiguito. Esa sandía es tan real como tú. En ese momento apareció un negro fornido y ágil que trepando a la cima de la sandía se golpeó el pecho y habló con voz potente a un grupo de hombres que se habían reunido al pie de la enorme fruta y saltaban y cantaban aclamando al temerario joven. Entre cuarenta hombres forzudos consiguieron arrastrar la sandía hasta una aldea con casitas de barro y techos de paja. Ernestito y el diablo los seguían a prudente distancia. Las mujeres y los niños salieron a recibirlos, los niños gritaban corriendo y saltando alrededor del enorme fruto. Luego llegaron los ancianos, más tarde el rey de la tribu, un viejo flaco y alto con la cara pintada con líneas rojas y azules que hacía enérgicos ademanes con las manos y los brazos. Apoyándose en los hombros de unos amigos, el joven negro que había trepado a la sandía, se golpeó nuevamente el pecho y hablando en voz alta, haciendo numerosos gestos, proclamó su propiedad sobre la sandía gigante; así se lo explicó el diablo a Ernestito. En ese mismo instante, de la base de la sandía, surgió un airado coro de voces, eran los cuarenta negros que habían arrastrado la sandía y también deseaban tenerla. El rey intentó imponer su autoridad, pero no lo consiguió. Los gritos y las discusiones fueron creciendo en tono y ardor. A lo anterior siguieron los empujones, golpes de puños, salieron a relucir los machetes y una batahola fenomenal se desató, mientras las mujeres y los niños huían chillando a refugiarse en las chozas de barro. Los ancianos, que se habían colocado a prudente distancia, contemplaban en silencio la inesperada gresca. Cuando la batalla terminó, la sandía estaba completamente destrozada; una masa de pulpa roja, con trozos de cáscara y millares de pepas negras, se expandía por el suelo formando una gran laguna sobre la cual se precipitaron millares de abejas. -Mejor vámonos de aquí, -dijo el diablo riendo, -estos no se van a quedar tranquilos y lo más probable es que vuelvan a las manos. 6. Después de bajar a un valle y llegar a la orilla de un caudaloso río se acomodaron a la sombra de un frondoso árbol y Ernestito dijo: -Qué lugar más lindo. Ambos se disponían a disfrutar de un agradable reposo cuando unos gritos se oyeron. -¡Socorro, me ahogo! -Es la voz de Gabriel, -dijo el diablo y dando un salto fenomenal se arrojó al agua y al poco tiempo volvió con el viejo arcángel en los brazos. -Gu, gu, ga, aaah, -resonaba la garganta del asustado anciano. Lucifer lo tendió boca abajo en la hierba y apretándole el estómago lo ayudó a botar toda el agua que había tragado, enseguida lo llevó al pie del árbol donde Ernestito esperaba con los ojos muy abiertos y la boca bien cerrada. Cuando el arcángel Gabriel se recuperó y pudo hablar, contó lo que le había sucedido: -Cuando desperté de mi siesta bajo el manzano y no los encontré me dediqué a buscarlos, caminando por todos lados llegué a la orilla del río justo en el momento en que un tronco flotaba en la superficie, a poca distancia de la orilla, de modo que salté al tronco dispuesto a navegar disfrutando del paisaje. Pero, de repente el tronco se precipitó en un remolino y yo salí disparado como un proyectil hundiéndome en las aguas y con las alas empapadas no pude volar. Sin dejar de reír el diablo dijo: -Pero Gabriel, bastaba que nos hubieras esperado en el mismo lugar y usaras los tres silbidos angélicos, yo habría oído tu llamado y de inmediato nos habríamos dirigido en tu ayuda. -Bueno, ya no tiene vuelta, -dijo el arcángel pasando su mano por el poco pelo que le quedaba en la nuca, -lo mejor será volver a la Luna. -Sí, aunque es recomendable que tus alas estén bien secas, -dijo el diablo, -vamos allí a ese prado donde hay un buen sol. Los tres se trasladaron al soleado sitio y el viejo arcángel se tendió boca abajo a esperar que sus alas se secaran, cosa que tomó unos cuantos minutos porque el calor era intenso. -Ya estoy listo, -dijo poniéndose en pie y agitando sus alas con satisfacción. -De acuerdo, -repuso el diablo, -no olvides usar los tres silbidos si te ves en apuros. 7. Ernestito y Lucifer se quedaron mirando al viejo arcángel que se elevó lentamente, aleteando como un ganso asustado. Luego ambos se alejaron riendo de las cosas que le ocurrían a Gabriel. Anduvieron entre altos peñascos, empinadas cuestas y tupidos bosques hasta que se encontraron ante un sitio cubierto de piedras, arena y fango color ladrillo y oyeron unos gritos roncos que decían: -¡Auxilio, necesito ayuda! Ambos se aproximaron al lugar de donde venían los gritos y vieron una enorme charca en cuyo centro descubrieron la cabeza de un cocodrilo que se hundía lentamente en el barro espeso. -¡Socorro, el barro me traga! -Pobre cocodrilo, va a morir, -dijo Ernestito corriendo hacia la charca. -¡Espera, el lodo te puede tragar! -gritó el diablo mientras caminaba a la charca. Cuando Lucifer estuvo en la charca, anduvo tranquilamente sin hundirse, llegó junto al gran reptil y pronunciando unas palabras con voz solemne apartó todo el fango que rodeaba al cocodrilo y lo llevó a la orilla. En cuanto el enorme saurio vio a Ernestito abrió sus fauces y se lo tragó y salió corriendo a toda velocidad hasta perderse en unos matorrales que crecían junto a un riachuelo, saltó al agua y se dejó llevar por la corriente que conducía a un lago extenso donde miles de aves revoloteaban chillando a escasa distancia de la superficie. Ernestito permanecía estirado e inmóvil en el estómago del cocodrilo que nadó hacia las profundidades en busca de una cueva donde instalarse a terminar su faena alimenticia. Pero en lugar de una cueva cómoda halló dos manos firmes que lo cogieron de la cola y lo arrastraron a la superficie, allí fue llevado a la arena de la playa. Enseguida el gran reptil sintió que lo giraban quedando de espalda en la arena y con espanto comprobó que su vientre se abría y su presa abandonaba su encierro. Después, las mismas manos fuertes lo arrojaron al lago y una voz alegre dijo: -¡Ernestito, que suerte estar contigo otra vez! El chico miró a su alrededor descubriendo a su amigo el diablo parado ante él. -¡Lucifer! Qué alegría verte nuevamente, -dijo Ernestito abrazando a su amigo, -creí que nunca volvería a ver a mis padres, mi hermana y la luz del sol. Después de charlar y reír, se acomodaron en un montículo cubierto de pasto, situado a la sombra de un sauce y Ernestito preguntó: -Oye Lucifer, lanzaste el cocodrilo con la panza abierta al agua, ¿qué le va a pasar? El diablo soltó una risita pícara y contestó: -Bueno, los peces pequeños tendrán comida para un buen tiempo, cosa que los pondrá muy felices. También las aves del lago se van a beneficiar con los peces pequeños más gorditos. Como diría un científico de tu planeta, es la cadena ecológica. Ernestito se mantuvo un largo rato en silencio y de pronto dijo: -Oye Lucifer, me acordé de algo que pasó antes de que nos encontráramos con el cocodrilo, ¿qué es eso de los tres silbidos angélicos? -¡Ah, que buena memoria tienes! En realidad es algo muy sencillo, los ángeles disponen de tres silbidos para pedir ayuda cuando se ven sobrepasados por un acontecimiento, entonces cualquier otro ángel, aunque sea de otra categoría, puede intervenir. Sospecho que a Gabriel se le ha olvidado silbar. Lucifer no alcanzó a terminar sus explicaciones cuando un agudo silbido los interrumpió. -Me equivoqué, es el llamado de Gabriel. ¡Vamos, tenemos que asistirlo! 8. Lucifer colocó a Ernestito sobre sus hombros y echó a volar y después de hacer unos círculos en el aire divisó al arcángel Gabriel en el fondo de un pozo seco. -¡Ahí está, en el interior de ese pozo! Dejó al chico en el suelo y saltó al pozo de donde regresó con el viejo arcángel en los brazos, el anciano tenía un chichón morado en la cabeza y hablaba en voz alta pese a que mantenía los ojos cerrados. El diablo lo tendió en la hierba y con voz muy baja dijo a Ernestito: -Está soñando, escuchemos lo que dice. Ambos se sentaron junto al dormido que en ese instante decía: Adán está cosechando manzanas, Eva las guarda en un canasto. Las manzanas son grandes y rojas. Caín persigue a Abel que se refugia entre las piernas de su madre. Sí, claro que sí, yo los veo corriendo. También veo a la serpiente que se acerca para hablarme de su inocencia. Es delgada y gris, con los ojillos redondos y astutos. Gu, gu, cli, cli... Caín se aparta para jugar con una quijada de burro, claro, a jugar. Una manzana cae sobre la cabeza de Abel que empieza a llorar. Ga, gue, gui, go, gu. Adán canta, muy desafinado, pero canta. Abel sigue llorando, Caín se ríe. Eva lo mira con el ceño fruncido, no le gustan los niños llorones. Serpientes, manzanas, quijadas de burro, sí, claro que sí. Glo, glo, gli, gli... Adán está bastante gordo y Eva muy flaca, se le ven las costillas. Es que no puede alimentarse de puras manzanas. Los dos chiquillos son robustos, pero Caín más bajito que Abel que tiene cara de pájaro. En el hombro de Adán hay una gallina negra que cacarea como si hubiera puesto un huevo. Ji, ji, ji... de una manzana asoma un gusanito verde. Adán se come el huevo que puso la gallina. La serpiente se esconde dentro de una manzana. Ji, ji, ji...La quijada de burro le habla al gusanito verde y le contesta la manzana. Caín me dice tío, Abel me mira y se esconde. Eva sonríe, Adán tiene hipo. Sí, no, sí, no, sí tiene hipo. Eva coge el gusanito verde, se lo traga. La serpiente sale de la manzana, se han comido a su primo y prefiere alejarse. Caín no la ve, Abel tampoco. Gli, gli, gli... Eva se rasca las costillas y sigue guardando las manzanas. Adán le saca una pluma de la cola a la gallina, se limpia las cejas con ella. La gallina reclama y se queja ante Eva que no le presta atención. Ji, ji, ji... Caín alcanza a la serpiente y se la enrolla en la cintura. Abel lo mira horrorizado. Gla, glu... La gallina picotea los dedos de los pies de Eva. Adán se come una manzana. Las manzanas salen del canasto y huyen rodando por el suelo. La serpiente se las traga una a una y va engordando hasta quedar como una ballena. Ji, ji, ji... La quijada de burro se convierte en un asno y trota rebuznando detrás de la ballena. Caín y Abel abren la boca pero no se les oye la voz. Eva les tira el pelo y Adán duerme roncando tendido en la hierba. El diablo empezó a reírse con todas sus ganas y Ernestito dijo: -El viejo tiene muy buenas historias, hasta en los sueños relata buenas historias. 9. Sin despertar aún, el anciano arcángel empezó a cantar himnos celestiales y de pronto gritó: -¡Quiero un chocolate! -Recuerda que el chocolate te hace mal, estuviste con gastritis hace muy poco y cuando hablaste con Hipócrates y te examinó el sabio médico concluyó que tenías esofagitis crónica, -le dijo el diablo sonriendo. El arcángel Gabriel, que había abierto los ojos y miraba a su alrededor como un conejo asustado preguntó: -¿Quién, cuándo, cómo? -Cálmate, fue Hipócrates hace ya varios siglos, pero tú lo has olvidado y sigues haciendo toda clase de desarreglos alimenticios, -´contestó Lucifer, -tienes prohibido el chocolate, las bebidas gaseosas, el cigarrillo, el ají, las papas fritas y otros aliños fuertes, la mantequilla, las frituras y los lácteos. Cada vez que bajas a la Tierra te desordenas con la comida chatarra y vuelves enfermo y malhumorado. La última vez que fuiste regresaste con diez frascos de mayonesa, seis frascos de mostaza, dos tarros de un kilo de salsa de ají, y veinte barras de chocolate relleno con almendras. -No es necesario que usted me lo reproche, Lucifer, menos aún delante de ese chico terrestre que conoce todos esos productos y puede desprestigiarme cuando vuelva a su planeta, -replicó el arcángel Gabriel un tanto molesto e intentó levantarse, sin embargo un agudo dolor en las piernas se lo impidió haciéndolo chillar. -Voy a examinar esas rodillas, -dijo el diablo y uniendo la acción a la palabra palpó las rodillas del viejo, -¡qué lástima, están inflamadas! Así no puedes regresar a la Luna, te voy a llevar a casa de Esculapio, él te va a cuidar bien y sólo cuando estés totalmente repuesto podrás volar a tu hogar dulce hogar. El viejo arcángel permaneció en un silencio amurrado, pero no opuso resistencia porque el dolor de sus piernas era intenso. -¿Quién es ese Esculapio? –interrogó Ernestito muy asombrado. -Es el dios de la medicina, un gran sabio, respondió Lucifer -mientras cargaba a Gabriel en su hombro derecho, -tú cuélgate de mi espalda, Ernestito, - dijo y se echó a volar silbando una alegre tonadilla mexicana. Esculapio era un viejo alto y flaco, una tupida melena blanca le cubría el cráneo, las cejas muy gruesas y desordenadas y una barba que le llegaba a las rodillas le daban el aspecto de una rama seca, pero sus movimientos eran ágiles y su mirada penetrante. -Hola Lucifer, deja a Gabriel en el sofá del comedor, ya lo voy a examinar, -¿y tú, qué haces por estos lados? –dijo mirando con atención al chico. Ernestito no contestó, estaba impresionado con aquel anciano de mirada tan vivaz y voz tan entera. -Ya sé, eres un niño terrestre curioso y aventurero, -dijo Esculapio, -cuando vuelvas a la Tierra dile a tus padres que te lleven al oculista, tienes una miopía bastante avanzada y eso puede provocar un desprendimiento de la retina, pero no te asustes, en tu país hay muy buenos oftalmólogos. -¡Hay, hay, hay! Los gritos venían del interior de la casa. -Es Gabriel, -dijo Esculapio girando con elasticidad y desapareció en la puerta. Al poco rato el diablo estuvo junto a Ernestito y le dijo: -Sigamos nuestro camino, Gabriel tiene para varios días aquí, le pedí a Esculapio que no lo deje salir hasta que esté completamente recuperado. 10. No alcanzaron a alejarse mucho de la casa del dios de la medicina cuando se quedaron parados mirando a un enorme huevo de cáscara rosada con pintas café que pasó corriendo ante ellos, iba repitiendo: -¡No me van a comer! Tras el huevo aleteaban dos buitres que gritaban: -¡De nada te sirve huir, igual te vamos a devorar! -¿Qué es eso? -preguntó Ernestito muy sorprendido por lo que veía. -Es un huevo de churukú, una especie de avestruz gigante que habita en los montes, -respondió Lucifer, -seguramente rodó del nido y se precipitó por la pendiente. -¿Los buitres lo van a devorar? -No lo creo, son dos buitres viejos y obesos, el huevo es muy rápido. En ese instante uno de los buitres se precipitó a tierra y permaneció de guata en el suelo arcilloso. Unos pocos metros más allá, el otro dio con sus viejas plumas en el piso. Ambos se quejaban diciendo: -Esto de ser un anciano acarrea muchas humillaciones, menos mal que nuestros nietos no están aquí para presenciar este triste espectáculo, y pensar que fuimos fuertes y veloces como ninguna otra ave. -Hablan lo mismo y al mismo tiempo, -comentó Ernestito asombrado. -Sí, son gemelos, -explicó el diablo sonriendo. Entonces reapareció el huevo de churukú y saltó sobre las cabezas de los buitres hasta dejarlos sin sentido y se marchó al monte cantando una canción tirolesa. -Ven, sentémonos en ese tronco, -dijo el diablo, -cuando los buitres despierten veremos algo gracioso. Efectivamente, transcurrida una media hora (en Júpiter no es fácil medir el tiempo) uno de los buitres despertó con un largo chillido, se acomodó con dificultad, hasta quedar de pie y dijo: -Papo, parece que una montaña nos cayó en la cabeza, ¿cómo te sientes? El otro hizo el mismo ritual de regreso a la realidad y una vez que logró ponerse de pie contestó: -Es verdad Koku, siento todavía el mareo, sin embargo creo que podremos remontar los aires para volver a nuestra comunidad. -Me alegra oírte Papo, veo que mantienes la coherencia en tus palabras, en cuanto a remontar los aires yo no estoy tan seguro. -No caigas en el pesimismo Koku, hagamos la prueba. -Está bien, -dijo el otro y ambos extendieron las alas y dieron un saltito y quedaron parados ahí mismo. Luego corrieron uno al lado del otro e intentaron aletear, pero en vez de elevar el vuelo rodaron por el piso entre gritos y aletazos sin ritmo. Ernestito y el diablo reían como si estuvieran en el circo. -¿No te lo decía yo? -comentaba Lucifer. En ese momento Papo hizo un esfuerzo supremo y se estrelló contra un árbol y quedó inerte en el suelo. Koku corrió a su lado gritando: -Dilecto amigo, compañero de mis aventuras juveniles, ¿estás vivo? Y como su compañero no contestaba prorrumpió en un llanto estridente mientras hablaba en voz alta: -¡Oh, Papo! Tendré que organizar tu funeral, no sé cómo te voy a llevar a nuestra comunidad. Tampoco sé como se lo voy a decir a tu viuda y a tus hijos y nietos que tanto te amaban. Y a los integrantes del club de bolos del que eras presidente vitalicio. Pero la vida es así, cruel y despiadada. Cuando menos lo esperamos la fatalidad nos cae encima igual que una hoz que ciega el trigo maduro. Mientras Koku hablaba y agitaba las alas en ademán discursivo, Papo abrió un ojo, enseguida el otro y mirando con atención a su amigo, dijo: -¿Qué te pasa Koku? Sé que quieres desplazarme, pero todavía falta para las elecciones del club de bolos. En eso estaban cuando apareció el padre del huevo, un formidable churukú, musculoso como un levantador de pesas, y arremetiendo contra los dos buitres les propinó una paliza que los habría enviado a la tumba de no ser por la oportuna intervención de Lucifer que convertido en una nube espesa cogió a los maltratados pajarracos y los llevó a su comunidad. Ernestito lo esperó sentado en el suelo, Lucifer regresó a los pocos segundos, diciendo: .-Ya es mediodía ¿qué te parece si vamos a comer alguna cosa? 11. Caminaron entre arbustos espesos y riachuelos que corrían entre altos helechos de hojas enroscadas hasta que llegaron a un bosquecillo de plátanos cargados de frutos maduros de cáscara dorada y dulce fragancia. El diablo cogió cuatro plátanos y le dio dos a Ernestito que los devoró con verdadera ansiedad puesto que tenía hambre y descubrió con asombro que esos frutos deliciosos le provocaban una completa satisfacción y una agradable sensación de descanso. Enseguida se acomodaron sobre la blanda hierba, a la sombra de uno de los árboles de plátanos. -Son muy ricos, -dijo el chico. -Sí, pero si comes más de dos te viene un ataque de hipo y unos terribles dolores de estómago, -replicó el diablo sonriendo. Una gran nube de polvo amarillo los envolvió de pronto junto con un ruido semejante al zumbido de cientos de moscardones y cuando se disolvió el cielo estaba completamente claro y Ernestito vio ante él otra nube de polvo más pequeña que se balanceaba en espiral y a medida que lo hacía iba creciendo y cobrando forma humana, hasta que se convirtió en un gigante fornido de ancho tórax, calva brillante, ojos encendidos como brazas, nariz de boxeador y una sonrisa burlona. Vestía un pantalón abombado de color azul, sujeto a la cintura con una ceñida faja verde de la cual colgaba un cuchillo de hoja curva y empuñadura de oro. El paisaje era más bien desértico aunque a lo lejos se veían manchones verdes y torres plateadas. Ernestito miró a su alrededor y no encontró a su amigo Lucifer, lo que lo llenó de espanto. De la distancia llegaba el hermoso canto de una mujer joven. El gigante se acercó al chico con gesto amenazante y le dijo: -¿Oyes esa voz que canta? -Sí, -respondió el chico temblando de pavor. -Es la voz de mi amada que está en las perversas manos de un poderoso mago que me convirtió a mí en un efrit y se apoderó de ella. La única forma que tengo de vencerlo y recuperarla es llevarle la cabeza de un niño que venga del extranjero, lo he buscado por los cuatro puntos cardinales, por mares y desiertos, montes nevados y fértiles valles sin hallarlo, y aquí, en mis propias posesiones lo encuentro, tú eres ese niño. Diciendo esto el efrit sacó su alfanje y se dispuso a cortar la cabeza de Ernestito que al ver la afilada hoja de metal brillando ante sus ojos se desmayó. Cuando Ernestito recuperó la conciencia y abrió los ojos descubrió que estaba tendido en la hierba, junto a un arroyo, a su lado, sentado en un tronco, estaba Lucifer tocando una guitarra de plata con cuerdas de oro. -¿Qué pasó? ¿Fue un sueño? -preguntó el chico mirando a su amigo. -Nada de eso, -respondió el diablo dejando de tocar, -ese efrit casi te corta la cabeza, pero afortunadamente yo, que me había trasladado a los tiempos y los dominios del emperador Amarillo en virtud de un profundo sueño desperté justo a tiempo para verlo y salvarte. Con los materiales de su alfanje y unos trozos de plata de una de las torres donde estaba encerrada su novia me hice esta guitarra ¿qué te parece? -Muy bonita, pero todavía estoy asustado, ese gigante era horrible, su voz me paralizaba. -No retengas ese recuerdo, olvida esa experiencia y canta conmigo, -dijo el diablo y empezó a tocar una conocida canción mexicana que Ernestito había cantado en el colegio. Luego cantaron una canción de John Lenon que a Lucifer le gustaba mucho y cuando terminaron de entonar esta última canción Ernestito se sentía recuperado. -¿Cómo conoces esas canciones que son de la Tierra? -recuerda que me paseo por todas partes haciendo algunas diabluras y aprovecho de escuchar un poco de música en distintos lugares. -Qué bueno, a mí también me gusta la música, pero no sé tocar la guitarra, -dijo Ernestito rascándose la cabeza, -por suerte puedo rascarme la cabeza, hace un rato pensaba que la perdía. -el diablo se rió mucho con esta afirmación de su amigo que empezaba a quedarse dormido. 12. Caminaba por un prado y se detuvo ante un tronco hueco tendido en el pasto. Se acomodó en el suelo y metiendo la cabeza por el hueco del tronco observó hacia el otro lado y con gran sorpresa vio a un mono con su propia cara. El mismo peinado, los mismos ojos, nariz y boca. Si sus padres lo hubieran visto en esa figura habrían dicho: ¿qué hace este niño disfrazado de mono? Sacó la cabeza y poniéndose en pie miró al otro lado y no vio a nadie. Volvió a inclinarse y meter la cabeza en el tronco y descubrió al mismo mono con la mitad superior del cuerpo con forma humana. Continuó observando con asombro y atención, el primate se iba transformando lentamente en un hombre, hasta adquirir completa apariencia humana. Y ahora era él mismo pero con unos quince años, luego unos treinta y finalmente un anciano de cabello y barba blancos que estaba sentado en una silla junto a la puerta de una iglesia. Pero, ese anciano ya no era él. Del interior de la iglesia llegaban las notas de un armonio, el anciano se levantó, ingresó por la puerta, después de un instante volvió el mono y todo desapareció de pronto. Ernestito abrió los ojos y respiró aliviado cuando reconoció a Lucifer que seguía sentado en el tronco tocando la guitarra. -Tuve un sueño muy extraño, -dijo el chico mirando a su amigo con cara de pregunta. -¿Qué soñaste? Ernestito contó con detalle el sueño y el diablo le dijo: -Desde épocas remotas los hombres han soñado. En la antigüedad le daban gran importancia a los sueños y muchas decisiones importantísimas para la tribu, el clan o el reino se adoptaban después de interpretar los sueños de los jefes y los reyes. En la Tierra hay especialistas llamados psicólogos que han estudiado profundamente los sueños con la intención de curar afecciones emocionales. Otros no les dan ningún valor y afirman que toda interpretación se basa en creencias falsas y supersticiones. -¿Y tú, crees en los sueños? -preguntó Ernestito. -Sí, a través de los sueños nos hablan los dioses, los ángeles, los demonios y los recuerdos de miles de años alojados en una bodega mental que los psicólogos llaman inconsciente individual y colectivo. Ernestito se quedó un largo rato en silencio tratando de comprender lo que había dicho Lucifer, enseguida dijo: -¿Qué significa mi sueño? -Bueno, -empezó a hablar el diablo con voz suave, -debo hacerte unas cuantas preguntas antes, -¿estás en un colegio católico? -Sí. -¿Te gusta la clase de religión? -No mucho, es aburrida. -¿Cuál es tu asignatura favorita? -Historia, también biología. -¿Has oído hablar de un señor llamado Charles Darwin? -Sí, mi padre es médico, siempre lo nombra. -Está claro, -dijo el diablo, -tienes un conflicto interno entre las opiniones de tu padre y lo que aprendes en la clase de religión, la visión del mono que viste al otro lado del tronco hueco es la afirmación darwiniana de que los hombres descienden de los simios. La iglesia, el anciano y la música del armonio representan la divinidad que muestran los mitos, leyendas y la necesidad de protección y trascendencia que aloja en el corazón de los hombres. Como el anciano entra en la iglesia, la música deja de oírse y la última imagen es el mono debo concluir que triunfará en ti la influencia científica, esto es, la opinión de tu padre. En todo caso, creo que es un sueño bastante complejo para un niño de ocho años. 13. Lucifer guardó la guitarra en una bolsa e invitó a Ernestito a caminar por otros parajes. Sobre sus cabezas pasó volando una bandada de patos salvajes que proyectó una ancha y profunda sombra en el suelo y cuando volvió la claridad el chico vio un amplio arenal y a cierta distancia un avión plateado con franjas azules, blancas y rojas en el costado. Un hombre subió a la nave, puso en marcha el motor, las hélices empezaron a girar y el avión se movió trotando sobre la arena cada vez más rápido y se fue elevando poco a poco. -Ese avión tenía los colores de la bandera de mi país, -dijo Ernestito muy admirado. -Así es, -dijo el diablo, -es un piloto que murió hace mucho tiempo. -¿Cómo? ¡Si yo acabo de verlo! -Se llamaba Alejandro Bello, -dijo Lucifer, -en marzo de 1914, es decir, cuando tus padres no asomaban al campo de la vida, el teniente bello despegó de un aeródromo de Santiago, se dirigía a la costa para hacer un vuelo de prueba y graduarse como piloto de la Fuerza Aérea. A poco volar se halló en medio de una masa de nubes y desapareció. La fuerza aérea lo buscó sin éxito, también se rastreó en el mar sin ningún resultado, y se organizaron algunas expediciones formadas por vecinos entusiastas que investigaron por cerros y quebradas, pero no encontraron ningún vestigio del avión y su piloto. A partir de entonces se acuñó la frase “más perdido que el teniente Bello”. -Pero si yo lo he visto subir al avión y despegar ¿cómo puedes decir que murió? -Es algo difícil de comprender para un niño como tú, se trata de fenómenos en los que los conocimientos humanos no tienen respuesta. Quiero decir que en la dimensión en la cual viste al teniente Bello subiendo al avión él todavía no ha muerto, aún está volando. -¡Guau, qué maravilla! Y como todavía está volando ¿no se le puede salvar? -Es una muy buena pregunta, en principio sí, claro, se le podría salvar, pero eso depende de otras fuerzas y enigmas en los que no conviene meterse, -y sin dar más explicaciones Lucifer se acomodó en un montículo cubierto de musgo oscuro y sacando su guitarra de la bolsa invitó a Ernestito a cantar. Pero Ernestito no quería dejar de lado sus inquietudes y siguió hablando: -Todo esto es muy raro, dices que el teniente despegó en Santiago y mis padres nunca me hablaron de algo tan entretenido y curioso. Tampoco mi abuelo que es un viejo bueno para hablar y contar historias. Cuando regrese a casa se lo voy a preguntar, pero no les voy a contar nada de ti porque no me lo van a creer y mi mamá va a pensar que estoy enfermo. En ese instante pasó, a cierta distancia, una manada de bueyes y vacas levantando una tremenda polvareda, tras los animales corría un hombre. -Es Hércules arreando los ganados que obtuvo del rey Augias, -dijo el diablo. -¡Qué enorme polvareda! -exclamó Ernestito. 14. Cuando el polvo se disipó y el aire volvió a estar limpio Ernestito vio una gran piedra tras la cual asomó un jorobado elegantemente vestido con un traje negro, camisa blanca, corbatín rojo, zapatos de charol negro y un sombrero hongo que cubría su cabeza pelada. El jorobado hizo una reverencia, se quitó el sombrero y en su calva apareció un zapo gordo, de ojos saltones y cara burlona. -Un gusto saludarlos caballeros, mi amigo, el sapo Güilbí y yo, estamos muy complacidos de encontrarnos con ustedes. Güilbí es uno de los mayores intérpretes del bello canto. Ernestito miraba al jorobado y al sapo con los ojos muy abiertos. El sapo abrió su bocaza y empezó a cantar un fragmento de la ópera Las Bodas de Fígaro compuesta por ese inquieto y desdichado músico llamado Mozart. Su voz era la de un bajo profundo y su vientre se dilataba y contraía como un fuelle. Cuando el batracio terminó de cantar el jorobado dijo: -Acaban de escuchar al mejor bajo del mundo, -luego se aproximó a Lucifer y al chico y pasó el sombrero esperando una retribución monetaria. El diablo le echó cincuenta dólares en el sombrero, cosa que el jorobado agradeció con gestos de la cara y las manos y palabras empalagosas, y antes de marcharse dijo: -Jovencito, no olvides leer al señor Andersen, ha escrito los mejores cuentos infantiles, también los leen los adultos. -Y no dejen de oír áreas de operas famosas, -agregó el sapo Güilbí antes de desaparecer bajo el sombrero del exótico hombrecillo. Y mientras avanzaba hacia la enorme piedra, el jorobado se dio vuelta y dijo, dirigiéndose al niño: -No olvides a ese pobre aviador perdido entre las nubes. El diablo miraba de reojo a Ernestito y contenía la risa. -Es lo más ridículo y gracioso que he visto, -dijo el chico mirando a su amigo. 15. -¡Hay, hay, hay! Las voces venían de lo alto de modo que el chico levantó la mirada y vio a los dos buitres que se precipitaban al suelo gritando espantados. -¿Estás bien Papo? -Sí, Koku. Sólo tengo un chichón en la frente, pero supongo que pronto sanará, y tú ¿cómo te sientes? -Creo que tengo una pata inflamada y cuatro plumas menos en la cola. El diablo y Ernestito se miraron sonriendo. -Otra vez estos revoltosos, -dijo Lucifer. -Parece que están heridos. -Sí, pero no es nada grave, son demasiado alharacos y charlatanes. Ahora que están viejos la revuelven más que los jóvenes. Mientras tanto los dos pajarracos se retorcían en el piso profiriendo toda clase de lamentos. -Oye Papo, debemos ir donde la lechuza, es una buena curandera y nos va a dejar como nuevos. -Está bien Koku, vamos donde ella, necesitamos un ajuste de motor. Ambos buitres se incorporaron con dificultad y se alejaron hablando. -¿No te decía yo? -preguntó el diablo. -Sí, es verdad, pero los encuentro divertidos, -contestó Ernestito. 16. Algunas nubes grises cubrieron el cielo y a lo lejos cantó un pájaro. Sin saber por qué Ernestito relacionó ese canto con la voz de la joven encerrada en una de las torres de plata cuando el terrible efrit estuvo a punto de degollarlo y dijo: -Oye Lucifer, ¿de dónde son los efrits? -¡Ah, todavía te persigue eso! Los efrits son figuras que habitan el nivel subterráneo del mundo árabe. Algunos de ellos viajan a través del tiempo y lo hacen volando por los cielos y también trasladándose por las profundidades marinas. Una vez, dos hermanos salieron a vagabundear por los senderos de la Tierra y ya cansados de tanto andar se detuvieron junto a un gran árbol que se alzaba muy cerca de una playa en la cual las olas iban y venían llevando su vieja canción. Era la hora del crepúsculo, de pronto vieron que una de las olas crecía más que las otras y en lugar de regresar al agua se quedaba en la arena y se transformaba en un gigante musculoso y feroz que sostenía una caja de alerce entre las poderosas manos. Aterrados, los dos hermanos se treparon a la copa del árbol, desde ahí, escondidos entre las hojas miraron al efrit que se acomodaba al pie del árbol y se quedaba inmediatamente dormido profiriendo monótonos ronquidos. Cuando se les quitó el miedo se miraron y comprendieron mutuamente, luego descendieron por el tronco y caminando en la punta de los pies fueron a la caja que estaba junto a la cabeza del efrit. Moviéndose con extraordinaria cautela la apartaron y cuando estuvieron a varios metros de distancia la abrieron y se quedaron mudos contemplando a la bellísima joven que estaba en su interior. La muchacha que los miraba sonriendo se levantó con gracia y sutileza y avanzó hacia ellos. -Ustedes son mis salvadores, -les dijo con encantadora voz. Ellos no contestaron y ella siguió hablando: -Ese horrible efrit me robó de mi hogar para casarse conmigo, pero yo no lo quiero, él me encerró en esa caja y viaja por todas partes esperando que yo le de mi consentimiento, cosa que jamás haré porque lo odio. Los dos hermanos se habían enamorado perdidamente de la joven y cuando ella les dijo: -Seré la esposa de uno de ustedes, decidan cual se queda conmigo, -no supieron qué decir. Viendo ella la indecisión pintada en el rostro de ambos, dijo: -El que mate al efrit será mi esposo. Los hermanos sacaron sus alfanjes y se precipitaron sobre el gigante dormido. Pero, con el ruido que hicieron el efrit se despertó y saltando sobre ellos los cogió entre sus poderosos brazos y los encerró en la caja que enseguida arrojó al mar. La joven había escapado corriendo al interior de un espeso bosque que crecía cerca del lugar. Al darse cuenta, el efrit, que ella no estaba se lanzó aullando al mar y nunca volvió a aparecer. -¡Qué buena historia! -dijo Ernestito con entusiasmo. -Gracias, espero que te haya quedado claro lo que son los efrits y de donde vienen. -Oye Lucifer, parece que los efrits son bastante enamorados, el otro, ese que estuvo a punto de cortarme la cabeza también estaba luchando por su amada. -Es cierto, pero como son tan feos y violentos no tienen mucha suerte. 17. Una sombra apareció a lo lejos, a medida que se acercaba Ernestito distinguió a Papo y Koku que caminaban abrazados con la mirada fija en la distancia y sin pronunciar una sola palabra. Pasaron frente a él como dos autómatas y siguieron en línea recta. -¿Qué les ocurre? -preguntó Ernestito mirando al diablo que sonreía con malicia. -Están hipnotizados, -seguramente se encontraron con la serpiente de cobre. -¿Y a dónde van ahora? -A cualquier parte, a la serpiente le gusta hacer bromas. -Pero cualquiera los puede atacar en ese estado y no podrán defenderse ni arrancar. -Anda, tírales las plumas de la cola y saldrán del trance. Ernestito corrió tras los buitres, los alcanzó y les tiró la cola. De inmediato volvieron en sí y después de mirar al chico con gran asombro dijeron: -¿Y tú? ¿Quién eres? ¿De dónde vienes? ¿Qué haces aquí? ¿Por qué nos sigues? Todo eso lo dijeron hablando al mismo tiempo, en un dúo estridente y desconfiado, estirando el cogote y moviendo los ojos como si buscaran algo escondido. Ernestito les dio toda clase de explicaciones que ellos no entendieron ni aceptaron y Papo dijo: -Sepa usted señor que soy el presidente del club de bolos de la comunidad de los buitres de Alto Cerro y voy a hablar con mis abogados para iniciar una demanda en su contra. -¡Sí, señor! Ha cometido usted una falta intolerable, tirarnos la cola cuando a nadie molestábamos -agregó Koku, -y esto no va a quedar así, no señor porque somos dos aves respetables. Tendido en la hierba, Lucifer gozaba viendo la cara de espanto de Ernestito que no encontraba palabras para disculparse ante los enardecidos pajarracos, y convirtiéndose en un sabueso salió corriendo y ladrando detrás de los buitres que echaron a volar aleteando con todas las fuerzas que les quedaban. Enseguida recuperó su apariencia habitual y se dirigió al chico, diciendo: -Perdona amiguito por esta intervención un poco brusca, pero era la mejor forma de expulsar a esos charlatanes. -Sí, gracias, ya me tenían agotado con tantas amenazas. 18. Mientras Lucifer se acomodaba a la sombra de un tupido arbusto, Ernestito se encaminó a un árbol seco que extendía sus ramas fosilizadas. En una de esas ramas muertas estaba posado un cuervo que miraba al chico con ojos burlones. -¿No me conoces? -interrogó el pájaro. -La verdad es que no. -Yo soy el protagonista de la fábula titulada ”la zorra y el cuervo” que ustedes los humanos cuentan tan mal. -¿Por qué? -Porque la zorra nunca me engañó, ella hizo correr esa versión en la cual yo abro el pico y suelto el queso, pero en realidad no fue así. Yo me comí todo el queso y después le hablé, y como no pudo soportar su derrota la esparció por todas partes diciendo que yo me había dejado llevar por la vanidad y abrí el pico para responderle y así perdí el queso que ella me robó. ¡Puras falsedades! Ernestito intentó hablar, el cuervo abrió las alas y voló hacia otro árbol lleno de hojas verdes y se perdió en el follaje. Al poco rato volvió trayendo un pedazo de queso en el pico y se posó otra vez en la rama seca. Después de comerse todo el pedazo de queso, dijo: -¿Te das cuenta ahora? Así fue como devoré el queso, la zorra me miraba angustiada, llena de envidia. Cuando regreses a tu casa cuenta esta historia tal como sucedió, esto es, tal como yo te la he contado, -enseguida se echó a volar hasta desaparecer en la distancia. El chico no había aún dejado de mirar en la dirección en la que se había perdido el ave cuando la zorra asomó la cabeza junto al tronco del árbol muerto y dijo: -No le creas nada a ese pajarraco embustero, todo fue tal como se cuenta en la fábula, es decir, que yo engañé al cuervo vanidoso con unas pocas adulaciones y me quedé con el queso. Por algo, en todos los cuentos y leyendas simbolizo la astucia. Ernestito se quedó mirando a la zorra que permanecía parada frente a él esperando su opinión. Después de meditar, dijo: -La verdad es que no sé a cual creerle. Es cierto que en mi planeta la fábula se cuenta como tú dices y así aparece en los libros, pero la versión del cuervo tiene su fundamento, me mostró parado en la rama que puede comerse el queso sin ninguna dificultad. -Eso lo hace cualquier pájaro, todos los pájaros comen semillas y granos parados en una rama, ese no es el centro del asunto, lo verdaderamente importante es que yo lo engañé y me llevé el queso. Claro, el cuervo no quiere aceptar su fracaso y miente con descaro; tú ya conoces la verdad, -y dicho esto se alejó con gran rapidez hacia el bosque. Ernestito se quedó meditando, ¿a quién debía creerle? Tomó una resolución, le contaría lo sucedido a su amigo Lucifer, él resolvería el problema, era un verdadero conocedor. Sin embargo, cuando se disponía a marcharse vio ante él un trozo de queso amarillo y fragante. -Esos dos mienten, -dijo el queso sonriendo, -yo soy el único que puede contarte la verdad, pero debes escucharme con atención. El cuervo me robó de un puesto de la feria y me llevó colgado en el pico hasta una rama, quiero decir esa rama porque fue en este mismo árbol, claro que en ese tiempo tenía hojas y frutos, bueno, como te decía, se posó en esa rama y se preparaba para comerme cuando llegó la zorra y empezó con sus adulaciones. El cuervo abrió el pico y yo salté con todas mis fuerzas y eché a correr hacia la granja, la zorra salió persiguiéndome, cuando estábamos llegando aparecieron los perros del granjero y se fueron encima de la zorra que tuvo que girar y emprender la fuga. Así me salvé. De modo que esos dos no dicen la verdad porque son dos embusteros, -luego de hablar se alejó rodando. Ernestito, más sorprendido que nunca, volvió donde reposaba el diablo y le contó lo que había visto y oído, luego le pidió su opinión. -Los tres te han contado la misma fábula, sólo que varía el punto de vista, -dijo Lucifer con voz suave, -todos desean ser el ganador. El cuervo desprecia la versión de la zorra y del queso y se proclama vencedor puesto que no cede a las adulaciones de su enemiga y se quedó con el queso. La zorra niega la versión del cuervo y del queso para ser la ganadora y demostrar su astucia. El queso rechaza la versión del cuervo y de la zorra, de ese modo puede lucir su rapidez y decisión. La fábula es una sola, varía el narrador, y como cada uno de los narradores es también personaje de la misma historia, cada uno de ellos quiere mostrarse como el vencedor. Pero, ocurre algo curioso e interesante, al variar el punto de vista cambia también la enseñanza o moraleja de la fábula. En la versión del cuervo se destaca su sencillez y voluntad, no cede a las adulaciones, a la vanidad. En la versión de la zorra se destaca la astucia y el poder de sus palabras. En la versión del queso se destaca su decisión y arrojo. Observa un detalle valioso, en la fábula que tú conoces la historia es contada por alguien que no es personaje, alguien que contempla los hechos desde afuera, o de cierta distancia y dice: “había una vez un cuervo parado en una rama, en su pico colgaba un queso...” Ese alguien externo a la historia podría ser un abuelo hablando a su nieto, un escritor escribiendo un libro, tú mismo contando una historia a un amigo; lo importante es que la persona que relata desde afuera sólo se interesa en contar la historia de la mejor manera posible, pero cuando la cuenta el cuervo, la zorra y el queso, el interés es otro, cada uno de ellos busca ser el ejemplo a imitar. -Sí, claro, ya entiendo, tienes razón, -dijo Ernestito con tono reflexivo. 19. En ese momento se oyeron unas voces que venían de lejos y se aproximaban lentamente. La sorpresa del chico fue grande al ver pasar a los ángeles que habían sido dispersados por los excrementos del enorme cóndor que voló rasante sobre ellos. Y su estupor aumentó cuando descubrió al arcángel Gabriel entre el grupo. Todos cantaban con voces muy dulces y caminaron ante ellos como si no los vieran, ninguno giró la cabeza para mirarlos, ninguno hizo un gesto que indicara que percibían su presencia. Unos pocos metros más allá, cerca del árbol seco, se detuvieron y Gabriel se separó del grupo y colocándose frente a los otros, dijo: -Las órdenes son tales cuando se cumplen, si no se cumplen hay una infracción, una desobediencia, las órdenes deben cumplirse porque las da un superior, los subordinados deben cumplirlas y si alguien no las cumple debe ser castigado. En el asunto que nos ocupa ahora, Miguel no cumplió una de mis órdenes cuando ordené cantar una canción de cuna y él entonó un himno militar. Sé perfectamente que miguel siempre ha admirado a las legiones romanas, sin embargo, eso no lo exime de un castigo ejemplar. Ahora ordeno a Miguel que se separe del grupo y venga a mi lado. El ángel que recibía la reprimenda salió del grupo para colocarse junto al viejo Gabriel que alzando las manos le arrancó las alas de la espalda y enseguida afirmó con voz solemne: -Durante 1200 días no podrás volar, tendrás que cumplir tus tareas de a pie. Ernestito, que había escuchado la sentencia con horror, miró a Lucifer en busca de una explicación y lo halló con una sonrisa de oreja a oreja. Volvió la cara para observar a los ángeles, no pudo verlos, una bandada de golondrinas pasó sobre ellos, cuando los pajarillos se alejaron los ángeles ya no estaban. No se veían por ninguna parte. 20. El chico se quedó pensando y dijo: -Nunca había imaginado que podían existir cosas tan raras y entretenidas, en mi planeta todo es más aburrido. -No lo creas, -repuso el diablo, -también hay cosas muy interesantes y entretenidas. Una vez conocí a un hombre bajito y flaco que llevaba siempre puestos una chaqueta verde, una camisa gris y un pantalón negro, todo muy gastado. Tendría unos cincuenta años, era pelado, de ojos pardos, nariz aguileña y un bigotillo cantinflesco. Vivía pobremente, cuando estaba muy necesitado de dinero acudía a las peleas de gallos y hacía sus apuestas, solía ganar sus pesos. Pero, una vez que llevó a las peleas todo el dinero que había ganado vendiendo unos muebles viejos y lo apostó a un gallo blanco que parecía un excelente luchador porque todos lo comentaban así, perdió hasta el último centavo. Entonces se enfureció, saltó al redondel donde estaban los gallos, cogió al animal vencido del cogote y se lo tragó entero, como si fuera un pichón de paloma. El dueño del gallo salió persiguiéndolo junto con otros galleros y el hombrecillo de la chaqueta verde corrió igual que una liebre hasta esconderse en la parte posterior de un camión cargado con sacos de trigo que estaba detenido cerca de una esquina. El chofer del camión subió a la máquina, puso en marcha el motor y se alejó hacia un molino situado en las afueras del pueblo. Asustado como estaba, el hombrecillo se metió dentro de uno de los sacos y esperó que la suerte le indicara el momento de abandonar su escondite. Sin embargo, el camión no se detuvo hasta llegar al molino. Dos hombres seguidos por tres perros se aproximaron al camión para hablar con el chofer, los perros olfatearon los pantalones del conductor, luego se alejaron saltando y ladrando, instante que el hombrecillo de la chaqueta verde aprovechó para salir del saco, pero en ese mismo momento el gallo se puso a cantar dentro de su estómago. Los dos hombres miraron a su alrededor, descubrieron al desdichado hombrecillo, como es natural pensaron que estaba robando, se le fueron encima y le propinaron una paliza. El pobre se marchó caminando adolorido y lleno de moretones, mientras el gallo seguía cantando en su vientre. Dicen que aquel hombrecillo de la chaqueta verde canta igual que un gallo parado en una cerca todas las mañanas cuando recién empieza a salir el sol. -Que historia tan triste, -dijo Ernestito emocionado, -no pensaba que en mi planeta ocurrieran cosas como esa. -En todas partes se cuecen habas, -repuso el diablo sonriendo con paternal satisfacción. Después de un largo silencio el chico dijo: -Oye Lucifer, hemos caminado por muchas partes, siempre de a pie, como tú tienes tantos poderes y conocimientos, ¿no podrías hallar un par de caballos para descansar un poco? 21. El diablo meditó un instante antes de contestar: -Mira ese arbusto que está allá, ¿lo ves? Ese que tiene en sus ramas unos frutos redondos y rojos como un tomate. -Sí, lo veo muy bien. -Anda y trae dos de esos frutos. Ernestito fue al arbusto, sacó dos frutos y se los llevó a Lucifer. El diablo los cogió y los tiró al aire jugando como un malabarista, al tiempo que pronunciaba extrañas palabras. De pronto los frutos se convirtieron en dos mulas, una negra y otra blanca. -¿Cuál quieres? -La negra, -replicó Ernestito acariciando al animal que se mostraba completamente dócil. -Está bien, yo me quedo con la blanca. Ambas mulas tenían su silla de montar, estribos y riendas de modo que sólo faltaba montarlas, cosa que Ernestito hizo con entusiasmo. Por su parte, Lucifer montó en la blanca y le hizo cariño en el pescuezo y las orejas. -¿Dónde vamos ahora? -preguntó Ernestito. -A veces creemos que vamos y en verdad venimos, también suele ocurrir lo contrario, por eso te propongo que dejemos a las mulas decidir el rumbo. -Es una muy buena idea. Las mulas caminaron durante un rato y enseguida se pusieron a trotar una al lado de la otra. -De repente pienso que todo esto es un sueño, -dijo el chico mirando al diablo. -¿Y cuál es la diferencia? -No lo sé, pero estoy sentado en esta mula y estamos trotando. -Es cierto, pero también podría ser de otra manera. En esas divagaciones iban cuando las mulas se pararon en seco, un lobo se les había plantado delante, a unos quince metros de distancia y abriendo sus gastadas fauces dijo: -Sí, señores, soy un lobo, bastante viejo, es verdad. Pero eso no tiene importancia. Lo que verdaderamente importa es que siempre los hombres me han identificado con el mal. En sus cuentos, fábulas y leyendas yo soy el que devora niños, mata a los corderos y causa terror. Sin embargo, cuando los lobos cazamos lo hacemos para sobrevivir, como todos los seres vivos necesitamos alimentos. Pero ahora, eso ya no cuenta. Soy muy viejo, mis colmillos se han caído, apenas puedo comer algunos restos blandos que a veces encuentro por ahí. Ya nada me interesa, sólo espero la muerte. Dicho esto, el lobo se alejó y no volvieron a verlo. 22. Las dos mulas reanudaron el trote hasta detenerse junto a una laguna donde se pusieron a beber. -¿Qué te parece lo que contó el lobo? -preguntó Ernestito. -Me pareció conmovedor ver a ese lobo viejo y frustrado relatando su historia, o mejor dicho, su versión de los hechos protagonizados por él mismo. Después de un largo silencio el chico habló comentando las palabras del lobo: -Claro, oyendo a la fiera uno simpatiza con ella. Mientras ambos comentaban el asunto que los mantenía entretenidos conversando, las mulas se adentraron en el agua color esmeralda de la laguna y de pronto Ernestito se halló sentado sobre el lomo de un pato y su amigo estaba igual, esto es, montado en un pato. -¿Qué me dices? -preguntó el diablo. -Creo que todo esto es cosa de brujería. Lucifer soltó una carcajada y dijo: -Yo creo que es cosa de patos, y no podemos quejarnos porque estos patos nadan muy bien y soportan con bastante bonhomía nuestro peso. Las aves siguieron nadando hacia la orilla opuesta y salieron al prado y anduvieron con sus jinetes hasta detenerse en un lugar donde había millares de patos blancos, amarillos, naranjos, rojos y azules. Los graznidos formaban un coro uniforme, monótono, adormecedor. Ernestito se quedó profundamente dormido. La laguna con sus aguas claras y quietas estaba cerca, en la orilla había un hombre sentado en una piedra mirando el agua. El chico se acercó y sentándose a su lado, dijo: -¿Quién es usted? -Me llamo Andersen, Hans Christian Andersen. Su voz era triste, igual que su mirada. Ernestito volvió a hablarle: -¿Qué hace aquí tan sólo? -Busco un cisne, me dijeron que lo habían visto en esta laguna, pero no está. -¿Un cisne? -Sí, hace mucho tiempo una pata tuvo una docena de patitos, uno de ellos era negro y feo, el más feo que se hubiera visto nunca. La madre lo abandonó porque los demás animales de la granja se reían de ella al verla con un hijo tan feo. El patito se perdió en un bosque y con el correr de los días, semanas y meses se transformó en el más bello cisne. Lo he buscado por todas partes sin poder hallarlo. -¿Y para qué quiere encontrar a ese cisne? -Porque hallarlo será como encontrarme a mí mismo, -respondió Andersen y no volvió a hablar. Cuando Ernestito despertó y miró a su alrededor no vio a ningún pato, sólo las dos mulas que pastaban y a su lado Lucifer tendido en el pasto con las manos detrás de la cabeza. -¿Los patos? -Se echaron a volar, -contestó el diablo. -¿Y el señor andersen? -¿Andersen? A quién te refieres. -El hombre que estaba sentado en la orilla de la laguna, -dijo Ernestito mirando hacia el sitio donde había visto al hombre. -¿Y qué hacía ahí? -Me dijo que buscaba un cisne. -Mal hace Andersen buscando fuera de él lo que está en su interior, -repuso el diablo. 23. Ernestito volvió a dirigir la mirada hacia la laguna, era un mar inmenso. A lo lejos vio una mancha que se acercaba, parecía un pájaro que se movía en lo alto. A medida que se aproximaba el chico reconoció al avión con los colores de su bandera pintados en un costado. Extraños sonidos provenían de la nave, como explosiones sucesivas y unas llamas rojas salieron de la parte posterior y de pronto el avión, envuelto en un espeso humo negro, se precipitó al mar con un ruido espantoso. En ese preciso momento Ernestito abrió los ojos, mirando a su alrededor con gran extrañeza, todo estaba igual, las paredes blancas, los muebles, la mesita con sus cuadernos y lápices, la ventana con las cortinas corridas, y a los pies de la cama su madre sentada, con un termómetro en la mano. -¡Por fin bajó la fiebre!, -dijo la joven mujer con entusiasmo, y contemplando a su hijo agregó: -nos hiciste pasar un gran susto, pero ya estás bien, delirabas hablando cosas muy raras, Lucifer, unos cerdos, Hércules, unos buitres idiotas, un avión y un montón de otros disparates. Tu padre ya viene a casa y se pondrá feliz al verte. Luego la madre besó en la frente al niño y salió de la habitación, diciendo: -Ya vuelvo, ahora descansa. Ernestito sonrió, enseguida cerró los ojos. No quería despertar. FIN.

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